Ciencia y mito: una frontera móvil
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| Alquimia y astrología. Grabado al estilo de Dürer (AI image) |
Introducción – La ilusión de una frontera fija
A menudo creemos que la ciencia y el mito pertenecen a dominios opuestos: la primera sería el territorio de la razón y la verificación empírica, el segundo, el de la imaginación y la creencia. Sin embargo, la historia revela que esa frontera no ha sido nunca fija. Hubo un tiempo en que la alquimia y la astrología representaban el conocimiento más avanzado de su época, del mismo modo en que hoy lo hacen la química y la astronomía. La ciencia no ha surgido de la nada: ha crecido sobre formas de pensamiento que hoy juzgamos míticas, pero que fueron intentos legítimos de comprender la naturaleza. En realidad, mito y ciencia comparten una misma raíz: el deseo de descubrir un orden en el mundo. Como escribió Thomas Kuhn, “la historia de la ciencia es la historia de los errores rectificados”.
Cuando el mito era ciencia: el mundo simbólico de la alquimia y la astrología
Durante siglos, el saber humano no distinguía entre la observación empírica y la interpretación simbólica. La alquimia y la astrología encarnaban una visión unitaria del cosmos, donde lo material y lo espiritual eran dos aspectos de una misma realidad. El alquimista no buscaba solo transformar metales vulgares en oro, sino purificar su propia alma mediante la analogía entre la materia y el espíritu. Del mismo modo, el astrólogo veía en los astros un lenguaje cifrado: las posiciones planetarias no eran simples coordenadas, sino signos de una armonía cósmica que vinculaba el cielo y la vida humana.
Lejos de ser supersticiones, estas disciplinas fueron practicadas por algunos de los más grandes pensadores. Isaac Newton dedicó una parte considerable de su vida a la alquimia, convencido de que los procesos de la naturaleza eran la clave del designio divino. Goethe, siglos después, vio en la metamorfosis de las plantas una forma de transmutación anímica: cada flor contenía el misterio alquímico de la forma que se convierte en otra. En ambos casos, el experimento era inseparable de la meditación simbólica. Comprender la naturaleza significaba leer en ella un texto espiritual.
El desencantamiento del mundo: nacimiento de la ciencia moderna
Con la Revolución Científica de los siglos XVII y XVIII, el horizonte simbólico comenzó a resquebrajarse. Galileo, Descartes, Boyle o Lavoisier transformaron la búsqueda del conocimiento en un método sistemático basado en la observación y la cuantificación. El cosmos dejó de ser un organismo vivo para convertirse en una máquina regida por leyes matemáticas. La naturaleza, que antes hablaba por correspondencias y analogías, fue reducida a magnitudes medibles.
La alquimia se convirtió en química cuando el lenguaje de los símbolos cedió ante el de los números. La astrología se transformó en astronomía cuando los movimientos celestes fueron descritos con precisión matemática y despojados de significado humano. Como escribió Max Weber, “el destino de nuestra época es la racionalización y el desencantamiento del mundo”. La ciencia moderna sustituyó la búsqueda del sentido por la búsqueda de la causa; y, en ese proceso, el misterio no desapareció, sino que cambió de nombre.
La ciencia como construcción histórica: el ejemplo de los paradigmas
Aunque la ciencia moderna suele presentarse como acumulación progresiva de verdades, la historia muestra un panorama más complejo. Las teorías científicas también envejecen. La física aristotélica, la teoría del flogisto, el modelo geocéntrico o el éter luminífero fueron, en su tiempo, explicaciones legítimas y coherentes. Luego, nuevos paradigmas los reemplazaron.
Thomas Kuhn describió este proceso como una serie de “revoluciones científicas”: momentos en que un sistema de pensamiento deja de responder a las anomalías del mundo y es sustituido por otro más amplio. Lo que antes era ciencia pasa a ser historia de la ciencia, y a menudo, mito. Esta dinámica sugiere que nuestras verdades actuales también son provisionales. La física contemporánea, dividida entre la relatividad y la mecánica cuántica, podría ser reconsiderada mañana desde un marco que hoy ni imaginamos. Cada generación hereda certezas que el tiempo transforma en símbolos de su propio modo de comprender.
Mito y ciencia: dos lenguajes para el mismo asombro
Si la ciencia cambia, y con ella su idea de verdad, entonces la distancia entre mito y ciencia no es una ruptura, sino un desplazamiento de lenguaje. El mito busca sentido a través de la narración; la ciencia, mediante modelos racionales. Pero ambas nacen del mismo impulso: el asombro ante lo desconocido. Cuando una teoría científica pierde su poder explicativo, no desaparece, se convierte en relato. La alquimia, por ejemplo, no fue un error, sino una metáfora que anticipó la idea moderna de transformación de la materia. Del mismo modo, la astrología expresó, antes de la física, la intuición de que el cosmos está regido por una estructura armónica.
Conclusión – La movilidad de la verdad
La frontera entre ciencia y mito no separa el error de la verdad, sino dos maneras de responder a la misma necesidad humana: comprender el mundo y orientarse en él. Cada época define lo que considera racional y desecha lo que no encaja en su sistema de evidencia, pero la historia demuestra que esa frontera es móvil. Lo que hoy llamamos ciencia será, mañana, otra forma de mito: el relato de cómo una civilización intentó descifrar el misterio de su tiempo. Quizá dentro de siglos, nuestros descendientes contemplen las ecuaciones de la física actual con la misma mezcla de respeto y extrañeza con que nosotros miramos los tratados alquímicos. La ciencia avanza, sí, pero también sueña; y en ese sueño persiste el mito.
Bibliografía
- Kuhn, Thomas S. La estructura de las revoluciones científicas. México: FCE, 1962.
- Weber, Max. La ciencia como vocación. 1919.
- Foucault, Michel. Las palabras y las cosas. París: Gallimard, 1966.
- Yates, Frances A. La tradición hermética y la ciencia del Renacimiento. Madrid: Taurus, 1983.
- Jung, Carl G. Psicología y alquimia. Zürich: Rascher, 1944.

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